Los médicos dijeron a los padres que su querida hija tenía un 20 por ciento de probabilidad de sobrevivir, es una noticia que ningún padre quiere escuchar.
Pero su hija valiente rehusó a rendirse.
Durante los siguientes seis años, la familia Furco pasó mucho tiempo yendo del hospital a su hogar, en Virginia (EEUU).
– La manteníamos rodeada de mucho amor porque sabíamos que podríamos perderla en cualquier momento, hubo momentos en los que no sabíamos si iba a sobrevivir, tenía tantas infecciones que podrían costarle la vida, dice su madre Patty a People.
En octubre de 2013, Abby había finalmente terminado el tratamiento, podía ir a la escuela, pasar tiempo con sus amigos, jugar fútbol y formar parte de los scouts, igual que cualquier otro niño.
Pero como muchas veces antes en la historia del cáncer, la enfermedad regresó.
Un año luego, la enfermedad traicionera estaba de vuelta –y esta vez peor que nunca.
Pronto, Abby ya no podía moverse, cada movimiento pequeño le dolía, apenas podía abrir la boca para hablar y la familia decidió mudarse a Chicago para estar más cerca del hospital.
Ni el trasplante de médula que Abby recibió en febrero de 2015 la pudo ayudar.
Su cuerpo rechazó la nueva médula y en mayo de 2016 sus riñones estaban colapsando.
Abby Furco sólo tenía cuatro años cuando fue diagnosticado con leucemia.
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